Camino
sola por la calle. Pese a que son tan solo las ocho de la tarde, ya es
de noche gracias a que estamos, supuestamente, es invierno; así que
camino “a oscuras” de una farola a otra, debido a la enorme distancia
que las separa.
Acelero
el paso: ya falta poco. De repente comienza a llover a cántaros, parece
una tormenta tropical, pues, pese a que es invierno y está lloviendo,
hace calor. Echo a correr para refugiarme de la lluvia y me meto debajo
del primer balcón decente que encuentro, que casualmente está a calle y
media de mi casa. Me apoyo contra la pared y suelto un profundo suspiro
mientras espero: la espera será muy larga y encima estoy empapada…
Tras
media hora de de espera, comienzo a corretear de un lado a otro hasta
que, al llegar por enésima vez a la esquina, veo a mi vecino Andrés
entrando en su casa. Me invitó a entrar dentro de la casa para
resguardarme de la lluvia y del frío hasta que pase el temporal. Una vez
en el salón de su casa, se disculpó por el desorden mientras ordenaba
un poco, y me dijo:
-
Deberías ponerte algo de ropa seca: te vas a resfriar… Ven que te
presto algo de ropa y te dejo unas toallas limpias para que te seques
–me dijo con una amable sonrisa: muy típico en él.
- Muchas gracias Andy: te lo agradezco de veras.
Me llevó al que debía ser su cuarto y me trajo las toallas, un pantalón de chándal y una camiseta de manga larga.
-
¿No sería mejor que me prestases un paraguas y me fuese, o que me
acompañaras a casa? –le pregunté–. A lo mejor tus padres se enfadan si
me ven en su casa con tu ropa…
-
No te preocupes: mis padres están de viaje y no creo que se vayan a
enterar, además, tengo veinticinco años ¿no crees que tengo edad
suficiente como para saber a quién meto en mi casa y le dejo mi ropa?
Eres de confianza: nos conocemos desde hace años.
- Vale, gracias de nuevo, por todo.
-
De nada mujer y deja ya de darme las gracias una y otra vez, ¿vale? Si
fuera yo el que estuviese en esa situación hubieses hecho lo mismo por
mí –me limité a sonreír ante esa afirmación, pues en verdad no sé si
hubiese tenido la amabilidad de dejarle pasar y mucho menos prestarle mi
ropa: a la hora de la verdad solo le conocía de decirle “hola” y
“adiós”, aunque siempre me había sentido atraída hacia él –. Voy a hacer
una infusión de manzanilla.
- De acuerdo, según me cambie de ropa voy.
Se
fue y cerró tras de sí la puerta, yo miré lo que me había dejado sobre
la cama y comencé a desvestirme y luego a secarme… Según me vestí, salí
del cuarto con mi ropa en las manos y me dirigí a la cocina. Asomé a la
puerta y vi como Andy colaba la infusión mientras llenaba los vasos:
- Hola, ya estoy –dije con una sonrisa.
-
¡Estupendo, justo a tiempo para la infusión! Toma una bolsa para que
metas la ropa mojada y no te preocupes por la mía, que ya me la
devolverás otro día.
- Ok, gracias.
- De nada –le dije mientras metía la ropa en la bolsa que me acababa de dar.
.- ¿Cuántos terrones de azúcar te pongo?
- Dos o tres, por favor.
-
Manzanilla con tres terrones de azúcar marchando para la señorita de la
mesa cinco –me puso el platillo con la taza y los terrones que le pedí
sobre la mesa frente a mí con una sonrisa. Me guiñó el ojo y me dijo–:
Son setenta céntimos IVA incluido –me reí y prosiguió hablando–. Es
broma, ¿quieres algo más? ¿Galletas, quizás?
- No gracias.
- ¿De verdad que no quieres nada más? Si quieres algo sólo tienes que pedírmelo.
- De verdad que no, gracias por tu hospitalidad, Andy.
- De acuerdo, me sentaré a tomarme la mía entonces…
Eché
los terrones y removí enérgicamente hasta que se disolvieron, luego le
di un sorbo: aún estaba caliente. Seguí removiendo y soplando
ensimismada y luego me di cuenta de que Andy me miraba en silencio. Al
darse cuenta me dijo:

- Un poco, sí…
- Perdona…
- No pasa nada –le dije mientras le miraba: siempre me había encantado su mirada, tan profunda, tan bella, esos ojos tan azules que enmarcaban perfectamente con su pelo castaño claro… Entonces me levanté de mi sitio, me acerqué a él y me atreví a decirle lo que nunca había podido–: Andy, sé que este no es el mejor momento para decírtelo, o por lo menos nunca me hubiese imaginado que esta fuese la mejor situación; pero creo que deberías saber que siempre me has gustado…
- Tú a mí también, pero tienes razón al decir que no es el mejor momento… Ahora mismo tengo novia y… –me abalancé sobre él y le besé antes de que dijese nada más: quería por lo menos un beso suyo en ese preciso instante, si no me iba a poder dar más, por lo menos podría decir que había besado a Andy: mi amor platónico–. No debiste hacerlo…
- Lo sé, pero si no lo hubiese hecho ahora, nunca habría llegado el momento…
- Esto es una locura, pero tienes razón…
Andy me besó con mucha dulzura, con cariño, como no queriendo empañar un ideal del amor… En cambio yo noté que esa no era la mejor forma de hacerlo, sabiendo que no era su novia... Así que decidí morderle el labio, con fuerza, hasta hacerle daño, hasta hacerle sangrar... Se quejó y gimió, pero esbozó una sonrisa de satisfacción. Se lamió la sangre y contraatacó con un beso con lengua de aúpa... Rompió la camiseta que me había prestado mientras me besaba, yo metí las manos bajo la que él llevaba y subí para quitársela: no íbamos a pararnos a jugar, no habría rodeos: iríamos directos al grano...
No estoy segura si fui yo la que despertó la fiera que llevaba dentro o si estaba despierta desde el principio, pero de lo que sí estoy segura era de que esto no lo iba a olvidar fácilmente... Recuerdo con lujuria el momento en el que comenzó a lamerme lo pezones en círculo y luego comenzó a succionarlos con avidez, mientras tanto, no paraba de arremeter contra mi... Era fascinante la fuerza con lo que lo hacía, el ímpetu tan enloquecedor con el que embestía... Todo él era fascinante: esa ancha, fuerte y musculosa espalda digna de un policía como él, ese mentón tan varonil, esas manos, esas piernas, ¡Dios! su miembro... pero sobretodo sus ojos, que se habían anclado en los míos mientras se mecía, esta vez, suavemente, con dulzura...
Me estremecí cuando me comenzó a besar e ir bajando, mientras miraba como mi cara mostraba lascivia. Una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro cuando llegó a la altura de mi ombligo y vio que yo le miraba sudorosa, agotada, pero sedienta de más: lo pedía a gritos "¡más!"; pero eran gritos mudos, gritos que no salían de mi garganta del cansancio, solo eran un susurro, un susurro solo audible por los verdaderos amantes, algo que solo llegaría a oídos de él, de mi Andy.
Sinceramente creo que empecé a desvariar cuando metió la cabeza entre mis muslos y comenzó a lamer, morder y succionar lo que el denominaba "el verdadero fruto prohibido para Adán" haciendo burla a la Biblia, algo un pelín ilógico cuando hablamos de alguien que es creyente...
Recuerdo que cuando le dije que era mi turno para actuar, que le tocaba disfrutar, me dijo "Mi placer es tu placer, tu lujuria, mi lujuria; tus orgasmos, mis orgasmos... Mi misión es servir a los demás, complacerles, y el simple hecho de que lo he conseguido es suficiente para mí... Con esto no te estoy diciendo que lo haga con todas, sino que ya me has complacido". Me mordió en la ingle y se quedó en silencio, escuchando: había dejado de llover... Me vestí con la ropa que me había dejado y me fui con la promesa de volver, pero no solo para devolverle la ropa...
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